miércoles, 14 de enero de 2009

Ahora cuento lo mío de Italo Calvino

Abro la boca, trato de articular una palabra, gimo, ahora me tocaría a mi, está claro que las cartas de estos dos son también las de mi historia, la historia que me ha traído hasta aquí, una serie de malos encuentros frustrados.
Para empezar debo llamar la atención sobre la carta llamada Rey de Bastos, en la que se ve a un personaje sentado que, si nadie lo reivindica, podría ser yo; sobre todo porque sostiene un instrumento puntiagudo con la punta hacia abajo, como yo en este momento, y en realidad ese instrumento, bien mirado, se asemeja a una pluma estilográfo, y si parece de un tamaño desproporcionado será para significar la importancia que dicho instrumento de escritura tiene en la existencia del sedentario personaje en cuestión. Por lo que sé, precisamente el hilo negro que sale de la punta de ese centro de dos céntimos es el camino que ha traído hasta aquí, y no está excluido, pues, que el apelativo que me corresponda es el de Rey de Bastos, y que en ese caso el término Bastos o palos deba entenderse en el sentido de los palotes que hacen los niños en la escuela, el primer balbuceo de quien trata de comunicar trazando signos, o en el sentido de la madera de álamo con que se amasa la blanca celulosa para exfoliar en resmas de páginas listas para ser (y vuelven a cruzarse los significados) escritas...
Todo esto es como un sueño que la palabra lleva en sí, y que al pasar por quien escribe se libera y lo libera. En la escritura lo que habla es lo reprimido...
La escritura anuncia todo esto como el oráculo y lo purifica como la tragedia. En fin, no hay por qué hacer drama. La escritura tiene la última instancia de subsuelo que pertenece a la especie, o por lo menos a la civilización, o por lo menos a ciertos tipos de ingresos. ¿Y yo? ¿Y lo poco o lo mucho exquisitamente propio y personal que creí poner en ello? Si puedo evocar la sombra de un autor para acompañar mis pasos recelosos por los territorios del destino indivudual, del yo, de (como se dice ahora) "lo vivido", tendría que ser la del Egoista de Grenoble, la del provinciano a la conquista del mundo que alguna vez leí como si esperase de él la historia que yo debía escribir (o vivir: había una confusión entre los dos verbos en él o en mi yo de entonces). ¿Cuál de estas cartas me señalaría, si respondiera aún a mi llamada? ¿Las cartas de la novela que no he escrito, en El amor y toda la energía que pone en movimiento y los temblores y los enredos...


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P.D. Gracias infinitas por todo

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